Nuestra com­pañera Martha Engvall escribió un artículo que habéis leído y comentado además de los otros mate­riales [1]. Pienso que este artículo con­densa muy bien algunas de las cues­tiones que habéis ido planteando en varios men­sajes. Segu­ra­mente las pre­ocu­pa­ciones mayores tienen que ver con la con­stante re-definición del fin del mundo como algo móvil, fluido, impre­decible, pero lleno de sín­tomas, más que de señales propi­a­mente dichas. La segunda cuestión que me parece más impor­tante es el modo en que el anti­cristo, como figura de la tiranía política en el momento del fin del mundo, revela las frac­turas raciales y socio-políticas, revela las desigual­dades. La tercera cuestión que puede sub­ra­yarse es la cuestión de los ver­dugos vol­un­tarios del anti­cristo. Sobre este último tema, puede desar­rol­larse otro asunto rela­cionado, que es el de la servidumbre vol­un­taria, es decir las razones por las cuales la figura tiránica se man­i­fiesta no ais­lada­mente, sino apun­talada y alzada por las mul­ti­tudes que la siguen y que per­miten, a su vez la per­ma­nencia de la tiranía misma; como alguien dijo en su mensaje, “son los seguidores quienes le dan su poder.” Per­mitid que para esto último os remita también a tres entregas de otro curso que estoy dando en la actu­alidad, una entrega sobre la servidumbre vol­un­taria, otra sobre la amistad, y otra sobre los ver­dugos vol­un­tarios de la inquisición.

Sín­tomas

El nombre griego χριστός se refiere a aquel que ha recibido una unción. El evan­gelio cris­tiano (recordad que la lengua original de los evan­gelios es el griego) utiliza esta palabra para referirse al con­cepto mismo de mesías, que figura en la Biblia Hebrea (mashiach, משיח). La unción –anointment en inglés– es el signo físico o sim­bólico, la marca que se recibe en tanto que persona elegida para llevar a cabo una tarea. Ungir es un acto alta­mente sacral­izado, seme­jante al de otros rit­uales con un poder similar, como el bautismo con agua o el jura­mento con una mano lev­antada, etc.

Así, el anti­cristo es pues el que finge esta unción. Se pre­senta como alguien que ha recibido el poder sim­bólico (divino, de la mayoría, de la razón, etc.), pero en realidad no lo ha recibido. Esta ficción le sostiene, y además la rep­re­senta ofre­ciendo, por su parte, otra marca física para sus seguidores: la marca del fuego, en el caso del anticristo.

Creo que es razonable pensar en todo esto como sín­tomas de algo, más que como signos. Los signos per­miten leer o inter­pretar algo, son un lenguaje, por así decir. Los sín­tomas parecen indicar más bien algo que se padece, y requieren de una inves­ti­gación en pro­fun­didad, no sola­mente de una lectura. ¿De qué es síntoma, así pues, una figura como el anti­cristo? ¿Cuál es la enfer­medad que padece una sociedad cuyos sín­tomas son el anti­cristo?

La respuesta a esta pre­gunta no es fácil –también es una pre­gunta muy antigua, pero no podemos respon­derla como lo hizo Platón, me temo, en la República. Quizá aquí lo impor­tante es con­tinuar haciéndose la pre­gunta, dado que esta nos permite seguir con­struyendo nuestro pen­samiento crítico, man­tener la tensión de pen­samiento propia de la inves­ti­gación humanística.

Racismo

En el Libro del Anti­cristo el racismo no escapa a nadie. Ni al autor del libro, ni a la his­toria que subyace a la venida del anti­cristo (es decir, el Apoc­alipsis de San Juan), ni, desde luego, al anti­cristo mismo. El racismo es sistémico. Está por todas partes. El autor subraya su anti­juidaísmo (aquí estoy usando direc­ta­mente el con­cepto de David Nirenberg), porque en realidad hace que los seguidores del anti­cristo sean, en su mayoría, judíos. El Apoc­alipsis de san Juan es también parte de ese sistema, aun si hace una sep­a­ración entre los buenos judíos (cris­tianos, final­mente) y los que no lo son. Lo es la figura del anti­cristo, porque no sola­mente esclaviza a los dis­tintos poderes judíos, sino que también es el eje­cutor de Elías, uno de los pro­fetas de la Biblia Hebrea (en los dos libros de los Reyes), y Enoc, pre­de­cesor de Noé, del que se con­serva un Libro de Enoc, con motivos apoc­alíp­ticos, que no forma parte del canon de la Biblia Hebrea. Es este sistema racista lo que se man­i­fiesta en el punto álgido del gob­ierno tiránico. El resultado es que conduce a formas de depu­ración, de marca racial, de sep­a­ra­ciones socio-políticas y reli­giosas, y, en defin­itiva, a formas de la per­se­cución y de la vio­lencia sistémica.

Ver­dugos voluntarios

¿Hasta qué punto son los seguidores los que dan poder al tirano? Ese es uno de los grandes enigmas de la his­toria. En el siglo 16, un escritor francés, Étienne de la Boétie, escribe un tratado tit­ulado Dis­curso de la servidumbre vol­un­taria. Cuando lo escribe, Étienne tiene 16 años, tal vez 18. Murió muy joven, con 32 años, posi­ble­mente por tuber­cu­losis, pero no es imposible que muriera a causa de la peste. La pre­gunta que él se hace es pre­cisa­mente esa: ¿cómo es posible que la tiranía pueda sub­sistir? Y la respuesta que ofrece es: en nuestras manos está que no sub­sista, basta con decir no al tirano. Basta –dice él– con no ser un siervo voluntario. 

Esa respuesta es quizá cor­recta, pero la his­toria muestra hasta qué punto es per­sis­tente la actitud con­traria. Quizá la his­toria global es la que menos ayuda a entender la afinidad por la servidumbre vol­un­taria de largas sec­ciones de ciertas pobla­ciones. His­torias locales, o incluso micro­his­torias, nos ofrecen mejores per­spec­tivas sobre modos en que indi­vid­uales, familias, local­i­dades, pequeñas comu­nidades, manejan sus afectos (miedo, sol­i­daridad, estrategias de ocultación, dis­im­u­lación, etc.) Esta es la razón por la que nos intro­ducimos en archivos y bib­liotecas para la inves­ti­gación de temas que no tienen res­olución cien­tífica, sino que sim­ple­mente podemos analizar e intentar com­prender a través de la inves­ti­gación humanística –y ayu­darnos, con ello, a cambiar nuestras maneras de inter­acción social.

Notes

  1. Si tenéis ideas, his­torias, dibujos –o la com­bi­nación de una his­toria y un dibujo– que com­partir con nosotros, por favor mandád­melos por email. Pero, en ese caso, tenéis que darme permiso explícito para pub­li­carlo.[]