Escribo esto que viene a con­tin­uación no porque sea original, sino porque me produce cierto grado de tran­quilidad, casi ter­apéutica. Mientras preparo estas clases, no puedo evitar pensar con­stan­te­mente en el modo en que nuestro mundo ha cam­biado desde que nos sep­a­ramos para poder tomar nuestro merecido (pero inter­rumpido) des­canso pri­maveral el pasado día 5 de marzo de 2020. Habíamos escuchado, medio en broma medio en serio, el Bal en fa dièse mineur de Angelo Bran­d­uardi. Nos habíamos des­pedido diciendo que qué lástima que ya no nos volveríamos a ver para esta clase. Nadie pensaba, real­mente, ni siquiera yo, que ten­dríamos razón. Sólo una semana después empezaban las órdenes para quedarse en casa; las calles de muchas ciu­dades quedaban desiertas; la curva de per­sonas ingre­sadas con COVID-19, algunas de ellas heridas de muerta, subía con crec­imiento expo­nencial. Para rebajar el ascenso de esta curva, debíamos, vol­un­tari­a­mente, aceptar formas de auto-reclusión y con­fi­namiento: los países, demostrando su vol­untad de nación, cerraban las fron­teras; las familias, demostrando su vol­untad de pro­tección del núcleo central de la sociedad, cerraban sus puertas. Este pasado es un pasado pre­sente, está aún vibrando en este momento en que escribimos y leemos. Este pasado es también un pasado futuro: se proyecta hacia ade­lante más allá de nue­stros miembros y de nue­stros órganos de per­cepción, y se pierde en el ter­ri­torio de lo indefinido. ¿Hasta cuándo?

Pres­encia y amistad

Escribo, pues, para rel­lenar este vacío. La edu­cación es pres­encia. Excep­cional­mente, para muchas per­sonas, la edu­cación es dis­tancia, y la dis­tancia ha sido esencial en ciertas maneras de democ­ra­ti­zación de la enseñanza. Para muchas per­sonas que estudian al tiempo que tra­bajan, la posi­bilidad de estudiar en una insti­tución a dis­tancia –en el pasado por cor­re­spon­dencia, o por teléfono, ahora a través de medios elec­trónicos– ha sido una tabla de sal­vación. Pero para la inmensa mayoría de nosotros, desde los más jóvenes en las escuelas ele­men­tales, hasta los mayores en las uni­ver­si­dades y escuelas grad­uadas (pro­fe­sionales, de doc­torado, etc.), la cer­canía, la pres­encia, el trabajo en equipo de manera sin­crónica ha sido cruciales.

Puede decirse que una de las razones por las cuales esta pres­encia es tan impor­tante es quizá la que menos tiene que ver con la trans­misión cod­i­ficada del conocimiento. Es impor­tante porque crea entre estu­di­antes formas de la sol­i­daridad y vín­culos de amistad.

Étienne de la Boétie, autor del Dis­curso sobre la servidumbre vol­un­taria, escribió, como sabemos, esta obra siendo poco más que un ado­les­cente. Tal vez en el siglo 16 uno aban­donaba la ado­les­cencia más tem­prano, quién sabe. Étienne fue estu­diante de derecho, luego juez, y murió joven, con 32 años, tal vez por com­pli­ca­ciones que tuvieron que ver con la tuber­cu­losos, o tal vez con la peste. Su gran amigo y albacea int­electual, Michel de Mon­taigne, tres años más joven que él, murió también joven, en 1592 (había nacido en 1533), con 59 años, a causa de un absceso peri­amigdalino. Aparente­mente, en el siglo 16 la gente se moría de amíg­dalas. Tal vez dentro de un par de siglos la humanidad (si queda) se asombre de que en el siglo 21 la gente se muriera de un coronavirus.

Étienne y Michel fueron amigos. Durante cinco años. No muchos, pero puede ser toda una vida. Michel de Mon­taigne le dedicó a su amigo muerto, de quien había heredado todos los archivos, y de quien había pub­licado su poesía, uno de sus ensayos, el 27 del libro primero,  “Sur l’amitié” (Sobre la amistad). Esta amistad, dice Michel, era una amistad fra­terna: dos per­sonas que se encuentran siendo ya adultas y deciden ele­girse el uno al otro como hermanos.

La admiración de Michel

Cuando Michel de Mon­taigne escribe sobre su amigo, está ya preparando una edición de la única obra no poética de Étienne de la Boétieel Dis­curso. Michel retrasa la fecha de com­posición, y en lugar de señalar que Étienne tenía 18 años al escribirla, corrige a mano y pone en el man­u­scrito cor­re­spon­diente “dieciséis” (seise, en el francés del siglo 16). Al prin­cipio del tratado sobre la amistad dice que esta obra ha sido ya difundida, y que ha recibido un título mejor que el que le había dado Étienne; en efecto, los edi­tores de la época llaman a este tratado Le Con­tr’un, o el “Contra uno”, una manera de señalar el enfrentamiento a un poder único, indi­vidual, de uno sobre todos los demás. Dice Michel (lo repro­duzco en francés moderno y lo traduzco de inmediato):

C’est un traité auquel il donna le nom de Dis­cours de la servitude volon­taire; mais ceux qui igno­raient ce nom-là l’ont depuis, et judi­cieusement, appelé Le Contre Un. Il l’écrivit comme un essai, dans sa prime jeunesse, en l’honneur de la liberté et contre les tyrans. Il circule depuis longtemps dans les mains de gens cul­tivés, et y est à juste titre l’objet d’une grande estime, car il est généreux, et aussi parfait qu’il est pos­sible. Il s’en faut pourtant de beaucoup que ce soit le meilleur qu’il aurait pu écrire : si à l’âge plus avancé qu’il avait quand je le connus, il avait formé un dessein du même genre que le mien, et mis par écrit ses idées, nous pour­rions lire aujourd’hui beaucoup de choses pré­cieuses, et qui nous feraient approcher de près ce qui fait la gloire de l’antiquité. Car notamment, en ce qui con­cerne les dons naturels, je ne connais per­sonne qui lui soit comparable.”

(Es un tratado al que tituló Dis­curso sobre la servidumbre vol­un­taria. Sin embargo, aquellos que desconocían este título, le han ido dando, muy juiciosa­mente, el título de Contra uno. Lo escribió como un ensayo, durante su florida juventud, en honor de la lib­ertad y contra los tiranos. Desde entonces, ha cir­culado en manos de gente cultura, y ha sido muy jus­ta­mente estimado, pues es un texto gen­eroso y tan per­fecto como es posible serlo. Es dudoso, sin embargo, pensar que esto haya sido lo mejor que él hubiera podido escribir: si a más avanzada edad, cuando yo lo conocí, hubiera imag­inado una forma de escritura seme­jante a la que estoy creando aquí, y hubiera puesto sus ideas por escrito, hoy estaríamos en dis­posición de leer cosas muy valiosas, que nos aprox­i­marían a la gloria de la antigüedad. Pues, en lo que toca al talento natural, no conozco a nadie que le fuera comparable.)

Al final del pequeño ensayo sobre la amistad, Michel escribe lo siguiente:

Mais écoutons un peu ce garçon de seize ans.

Parce que j’ai trouvé que cet ouvrage a été depuis mis sur le devant de la scène, et à des fins détestables, par ceux qui cherchent à troubler et changer l’état de notre ordre poli­tique, sans même se demander s’ils vont l’améliorer, et qu’ils l’ont mêlé à des écrits de leur propre farine, j’ai renoncé à le placer ici. Et afin que la mémoire de l’auteur n’en soit pas altérée auprès de ceux qui n’ont pu con­naître de près ses opinions et ses actes, je les informe que c’est dans son ado­les­cence qu’il traita ce sujet, sim­plement comme une sorte d’exercice, comme un sujet ordi­naire et ressassé mille fois dans les livres.

Je ne doute pas un instant qu’il ait cru ce qu’il a écrit, car il était assez scrupuleux pour ne pas mentir, même en s’amusant. Et je sais aussi que s’il avait eu à choisir, il eût préféré être né à Venise qu’à Sarlat, et avec quelque raison. Mais une autre maxime était sou­verainement empreinte en son âme : c’était d’obéir et de se soumettre très scrupuleusement aux lois sous lesquelles il était né. Il n’y eut jamais meilleur citoyen, ni plus soucieux de la tran­quillité de son pays, ni plus ennemi des agi­ta­tions et des inno­va­tions de son temps : il aurait plutôt employé ses capacités à les éteindre qu’à leur fournir de quoi les exciter davantage. Son esprit avait été formé sur le patron d’autres siècles que celui-ci.”

(Pero escuchemos un poco a este muchacho de dieciséis años. Dado que me parece que este tratado sobre la Servidumbre vol­un­taria ha sido colocado en primer plano con fines detestables por todos los que aspiran a enturbiar y a cambiar el estado de nuestro orden político sin pre­gun­tarse siquiera si pueden mejo­rarlo, mez­clándolo con otros textos que llevan el agua a su molino, he decidido no pub­li­carlo aquí. A fin de que la memoria de su autor no quede alterada frente a aquellos que no pudieron conocer de primera mano sus opin­iones ni sus acciones, quiero infor­marles a todos que cuando trató de este asunto era un ado­les­cente, y que trató de este tema sim­ple­mente como un ejer­cicio, como un tema común y que ha sido tratado mil veces en otros tantos libros. No dudo ni por un instante de que haya creído lo que escribió, pues era una persona escrupulosa en todo e incapaz de mentir, incluso para bromear. Sé que, si  hubiera podido elegir, habría preferido nacer en Venecia antes que en Sarlat, y no le faltaba razón. Pero tenía también otra máxima bien impresa en su alma: la de obe­decer y some­terse escrupu­losa­mente a las leyes bajo las cuales había nacido. Nunca ha habido mejor ciu­dadano, ni más atento a la tran­quilidad de su país, ni más enemigo de las agita­ciones o las inno­va­ciones de su época: habría empleado todas sus capaci­dades más bien a acabar con ellas que a atizar su fuego. Su espíritu se había formado sigu­iendo el patrón de siglos muy dis­tintos al que nos toca vivir.)

La admiración de Michel se encuentra en una enorme disyuntiva. Por un lado, no puede dejar de leer y sentir la potencia política del tratado de su amigo muerto. Por otro lado, no puede soportar que este tratado esté en manos de grupos de poder que, según Michel, nada tienen que ver con el propósito de la obra de Étienne. Lo que él ha visto es que quienes se están apropiando de la obra y difundiéndola en colec­ciones y antologías de textos, son también reformistas que, en su mayor parte de carácter Calvinista, han colocado a Étienne y a su tratado en primera línea de su propia causa. Michel indica aquí que la causa de Étienne no es la de estos otros. Y va más lejos: renuncia aquí a pub­licar el tratado sobre la servidumbre vol­un­taria (para que no lo iden­ti­fiquen con esas otras causas políticas), señala la orto­doxia política de su amigo (miembro de una familia aco­modada implicada en la política regional, y juez él mismo), e incluso indica que el propio texto no debe ser inter­pretado más que como un ejer­cicio retórico de un muchacho de dieciséis años. En su lugar, Michel añadirá unas pocas líneas más abajo, leamos la poesía de Étienne de la Boétie.

Servidumbre vol­un­taria

Michel publicó la poesía de su amigo, pero nunca publicó el Dis­curso. Él tenía el man­u­scrito original, de puño y letra de Étienne, pero no lo llevó a la imprenta. Per­mitió que se hicieran copias, una de las cuales es la que se suele uti­lizar en las edi­ciones contemporáneas.

Quizá lo hizo por pro­teger la memoria de su amigo y que no se le con­fundiera con momentos de respuesta política, teológico política, con los que Michel sabía que su amigo no habría podido sen­tirse iden­ti­ficado. Quizá lo hizo por pro­te­gerse a sí mismo. Quién sabe. Intentó incluso desac­tivar, sin mentir demasiado, el texto de su amigo: un ejer­cicio retórico de ado­les­cencia que, sin embargo, ha sido ree­scrito mil veces en la his­toria de la lit­er­atura política. En su lugar, publicó la poesía. Pensó que si algo no podía ser trans­formado eran esos sen­timientos, la ventana al alma de su amigo.

Pero subrayó, eso sí, la exis­tencia del tratado. Lo separó de sus usos opor­tunistas. Y per­mitió que tuviera su propia his­toria, cor­riendo, eso sí, manuscrito.