En el Libro del Anti­cristo, un incunable impreso en 1496, produce sin embargo una figura per­fec­ta­mente recono­cible hoy en día: el Anti­cristo como rep­re­sen­tante de la tiranía. El libro describe el com­por­tamiento de un tirano, trazando un perfil que se aplica tanto a per­sonajes históricos como a diri­gentes políticos más recientes. El Anti­cristo, par­a­digma del tirano, usa la mentira sis­temática y las “noticias falsas” para torcer la verdad, devolviendo a nuestra memoria los libros de pro­pa­ganda o la censura a textos críticos del soberanoEl Anti­cristo también quema los libros de la ley, sim­bolizando así la falta de respeto por la jus­ticia, la religión y la ética. Esta destrucción sis­temática del sistema jurídico car­ac­teriza igual­mente a los dic­ta­dores históricos y recientes. El Anti­cristo, figura tiránica por exce­lencia, crea divi­siones sociales, basadas en el racismo, el anti­semitismo y el miedo, para con­vencer a sus seguidores. Estos seguidores se marcan con un símbolo: en el libro original, su símbolo es un número en la frente, pero se podría reem­plazar fácil­mente con el color de un uni­forme (las camisas pardas en Ale­mania, las Camisas Negras de Italia) con un brazalete o con una gorra. Este modelo del tirano no solo aparece en la política histórica y con­tem­poránea, sino también en obras de ficción como Star Wars o Harry Potter. Cualquier tirano, ver­dadero o fic­ticio, encuadra per­fec­ta­mente con el Anti­cristo de este libro, así que, en vez de ser un libro reli­gioso como parece al prin­cipio, es posible argu­mentar que debemos leer este libro como una inter­vención política y soci­ológica que traza el perfil modelo del tirano.

Aunque en el libro, la llegada del Anti­cristo señala el fin del mundo, podemos pensar en muchos “anti­cristos” o tiranos históricos que no tra­jeron el apoc­alipsis; de cen­tenares de tiranos y dic­ta­dores a lo largo de los años, ninguno ha logrado acabar con el mundo. Sin embargo, cada uno intenta apropiarse de los medios de comu­ni­cación y del cal­en­dario y, de esta manera, anuncia el final de la his­toria. Hacen un daño casi irrecu­perable a las rela­ciones sociales y las normas políticas, cometen atro­ci­dades y geno­cidios, o violan los derechos humanos. La exis­tencia de tantos tiranos demuestra el peligro de caer en la tiranía, pero también redefine la idea del “fin del mundo” y nos hace cues­tionar la nat­u­raleza de este fin: bajo estos tiranos, ¿para quién termina el mundo? ¿Para la sociedad que sufre la dic­tadura? ¿Para las insti­tu­ciones políticas? ¿Para una minoría oprimida? ¿Para los inmi­grantes? La tiranía aumenta las desigual­dades ya exis­tentes y acelera la destrucción de comu­nidades mar­ginadas. La cuestión más impor­tante que nos pre­senta el Libro del Anti­cristo, entonces, no es cuándo vendrá el Anti­cristo, sino quiénes son los anti­cristos de nuestra época, de quién es el mundo que van a destruir, y qué podemos hacer para resistirlos.

Obvi­a­mente no hay una solución fácil al problema de la tiranía, pero por lo menos podemos recono­cerla por sus señales, y no dejarnos engañar. Debemos empezar por com­batir las noticias falsas con ver­dades y crear sol­i­daridad donde hay racismo y opresión. En vez de seguir al Anti­cristo, debemos opon­ernos a él: esta oposición sig­nifi­caría una nueva val­o­ración del mundo al punto de ser destruido y una recon­strucción de las rela­ciones sociales que ha dañado con su dis­curso extremista. Al reconocer que el “fin del mundo” no es lit­eral­mente el fin del mundo, sino el fin de la jus­ticia y la sol­i­daridad, podemos buscar maneras de deshacer el daño que han hecho los anti­cristos cotidianos.