¿El Anticristo?
By Jesús R. Velasco | Published on April 7, 2020
Nuestra compañera Martha Engvall escribió un artículo que habéis leído y comentado además de los otros materiales [1]. Pienso que este artículo condensa muy bien algunas de las cuestiones que habéis ido planteando en varios mensajes. Seguramente las preocupaciones mayores tienen que ver con la constante re-definición del fin del mundo como algo móvil, fluido, impredecible, pero lleno de síntomas, más que de señales propiamente dichas. La segunda cuestión que me parece más importante es el modo en que el anticristo, como figura de la tiranía política en el momento del fin del mundo, revela las fracturas raciales y socio-políticas, revela las desigualdades. La tercera cuestión que puede subrayarse es la cuestión de los verdugos voluntarios del anticristo. Sobre este último tema, puede desarrollarse otro asunto relacionado, que es el de la servidumbre voluntaria, es decir las razones por las cuales la figura tiránica se manifiesta no aisladamente, sino apuntalada y alzada por las multitudes que la siguen y que permiten, a su vez la permanencia de la tiranía misma; como alguien dijo en su mensaje, “son los seguidores quienes le dan su poder.” Permitid que para esto último os remita también a tres entregas de otro curso que estoy dando en la actualidad, una entrega sobre la servidumbre voluntaria, otra sobre la amistad, y otra sobre los verdugos voluntarios de la inquisición.
Síntomas
El nombre griego χριστός se refiere a aquel que ha recibido una unción. El evangelio cristiano (recordad que la lengua original de los evangelios es el griego) utiliza esta palabra para referirse al concepto mismo de mesías, que figura en la Biblia Hebrea (mashiach, משיח). La unción –anointment en inglés– es el signo físico o simbólico, la marca que se recibe en tanto que persona elegida para llevar a cabo una tarea. Ungir es un acto altamente sacralizado, semejante al de otros rituales con un poder similar, como el bautismo con agua o el juramento con una mano levantada, etc.
Así, el anticristo es pues el que finge esta unción. Se presenta como alguien que ha recibido el poder simbólico (divino, de la mayoría, de la razón, etc.), pero en realidad no lo ha recibido. Esta ficción le sostiene, y además la representa ofreciendo, por su parte, otra marca física para sus seguidores: la marca del fuego, en el caso del anticristo.
Creo que es razonable pensar en todo esto como síntomas de algo, más que como signos. Los signos permiten leer o interpretar algo, son un lenguaje, por así decir. Los síntomas parecen indicar más bien algo que se padece, y requieren de una investigación en profundidad, no solamente de una lectura. ¿De qué es síntoma, así pues, una figura como el anticristo? ¿Cuál es la enfermedad que padece una sociedad cuyos síntomas son el anticristo?
La respuesta a esta pregunta no es fácil –también es una pregunta muy antigua, pero no podemos responderla como lo hizo Platón, me temo, en la República. Quizá aquí lo importante es continuar haciéndose la pregunta, dado que esta nos permite seguir construyendo nuestro pensamiento crítico, mantener la tensión de pensamiento propia de la investigación humanística.
Racismo
En el Libro del Anticristo el racismo no escapa a nadie. Ni al autor del libro, ni a la historia que subyace a la venida del anticristo (es decir, el Apocalipsis de San Juan), ni, desde luego, al anticristo mismo. El racismo es sistémico. Está por todas partes. El autor subraya su antijuidaísmo (aquí estoy usando directamente el concepto de David Nirenberg), porque en realidad hace que los seguidores del anticristo sean, en su mayoría, judíos. El Apocalipsis de san Juan es también parte de ese sistema, aun si hace una separación entre los buenos judíos (cristianos, finalmente) y los que no lo son. Lo es la figura del anticristo, porque no solamente esclaviza a los distintos poderes judíos, sino que también es el ejecutor de Elías, uno de los profetas de la Biblia Hebrea (en los dos libros de los Reyes), y Enoc, predecesor de Noé, del que se conserva un Libro de Enoc, con motivos apocalípticos, que no forma parte del canon de la Biblia Hebrea. Es este sistema racista lo que se manifiesta en el punto álgido del gobierno tiránico. El resultado es que conduce a formas de depuración, de marca racial, de separaciones socio-políticas y religiosas, y, en definitiva, a formas de la persecución y de la violencia sistémica.
Verdugos voluntarios
¿Hasta qué punto son los seguidores los que dan poder al tirano? Ese es uno de los grandes enigmas de la historia. En el siglo 16, un escritor francés, Étienne de la Boétie, escribe un tratado titulado Discurso de la servidumbre voluntaria. Cuando lo escribe, Étienne tiene 16 años, tal vez 18. Murió muy joven, con 32 años, posiblemente por tuberculosis, pero no es imposible que muriera a causa de la peste. La pregunta que él se hace es precisamente esa: ¿cómo es posible que la tiranía pueda subsistir? Y la respuesta que ofrece es: en nuestras manos está que no subsista, basta con decir no al tirano. Basta –dice él– con no ser un siervo voluntario.
Esa respuesta es quizá correcta, pero la historia muestra hasta qué punto es persistente la actitud contraria. Quizá la historia global es la que menos ayuda a entender la afinidad por la servidumbre voluntaria de largas secciones de ciertas poblaciones. Historias locales, o incluso microhistorias, nos ofrecen mejores perspectivas sobre modos en que individuales, familias, localidades, pequeñas comunidades, manejan sus afectos (miedo, solidaridad, estrategias de ocultación, disimulación, etc.) Esta es la razón por la que nos introducimos en archivos y bibliotecas para la investigación de temas que no tienen resolución científica, sino que simplemente podemos analizar e intentar comprender a través de la investigación humanística –y ayudarnos, con ello, a cambiar nuestras maneras de interacción social.
Notes
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