Estas notas que vais a leer a con­tin­uación tienen un ele­mento en común: nuestro agradec­imiento a todas las per­sonas matric­u­ladas en este curso, por vuestra increíble capacidad de resistir este momento tan extraño y, para decirlo todo, tan duro. Vuestras respuestas, vue­stros emails, vuestra capacidad de con­tinuar, vuestra inteligencia es una gran inspiración tanto para nosotros (fir­mamos esta nota tanto Fer­nando como Jesús, pero per­donad si a veces se nos escapa la primera persona de sin­gular gra­matical). Así pues, en estas notas vamos a comentar y responder a algunas de vuestras inter­ac­ciones y de vuestras ideas –tal vez incluso algunas de vuestras preocupaciones.

Algunas de estas pre­guntas o comen­tarios han sido también una inspiración para nosotros, porque nos han dado material para la reflexión. Para pensar cosas que quizá dábamos por supuestas, pre­guntas que no nos habíamos hecho nosotros mismos. Así que en algunos casos nos han dado ocasión de hacer una pequeña investigación.

Marfil

Pero, ¿de dónde procede el marfil del que están hechos estos objetos de marfil? Claro, teníamos una idea bas­tante aprox­imada del mercado de marfil que ha sido una con­stante en Europa, Asia y África desde la antigüedad. Hay objetos de marfil que se remontan a varios cen­tenares de años antes de la era común. La Palas Atenea crisoele­fantina de Fidias para el Partenón (también llamada, por eso, Athena Parthenos) es casi el epítome de este trabajo en marfil, tanto por su impor­tancia histórica y mítica como por sus supuestas dimen­siones (adjun­tamos una “repro­ducción” de esta escultura hecha para el Partenón de Nashvile, TN).

Pero hemos estado leyendo un poco de inves­ti­gación reciente sobre el com­ercio de marfil en la Edad Media. Es un com­ercio “global”. Adjun­tamos dos artículos en pdf, ambos bas­tante bril­lantes, acerca del uso de marfil ele­fantino (tanto africano como asiático) y el uso del marfil de morsa, con algunas notas sobre el uso del marfil de mamut, en períodos de deshielo o de cambio climático. Las rela­ciones entre el área cir­cum­polar (los cazadores de morsas o nar­vales), por un lado, y los talleres de marfil en China, Persia, Turquía, París o Castilla, parecen parte de un sistema de pro­ducción, exportación, importación y venta que nos permite ver un poco las his­torias conec­tadas entre esos tres espacios continentales.

Ese marfil no es sola­mente del fin del mundo, sino también de los con­fines del mundo. Para llegar a las manos de quien lo poseyó fue nece­sario que se cazaran ele­fantes, que remeros groen­lan­deses se lan­zaran quince días al mar para cazar morsas, que las morsas se extin­guieran en Islandia, que se retirara la parte exterior del diente y se llegara a donde está el ver­dadero marfil, que hubiera cambios climáticos, que hubiera vida y muerte. Ese marfil es lo que queda después de que hayamos olvidado todo lo anterior. Pero nosotros podemos recor­darlo a través de la inves­ti­gación en las humanidades.

Tím­panos

El tímpano de la Abadía de Sainte Foy de Conques, Aveyron, Francia, estuvo antes en el interior de la iglesia, pero desde el siglo XV está en la entrada prin­cipal, es decir la fachada ori­entada al oeste. Es lo primero que ven los feli­greses al entrar en la iglesia, pero no siempre ha sido así. También en la fachada occi­dental, en la puerta prin­cipal, está el tímpano del juicio final de Notre Dame de París, creado entre 1220 y 1230, pero mod­i­ficado varias veces en los siglos 18 y 19. También ocupa un lugar central, y, como el de Sainte Foy de Conques, está basado en el evan­gelio de san Mateo 25:31–45. El de Saint Lazare, en Autun, Francia, está en el interior del portal de la entrada, en la fachada occidental.

Todos ellos son los que habéis traído en vue­stros men­sajes, en vue­stros recuerdos de algo que tal vez no estaba en vuestra memoria pero que ahora lo está inevitable­mente. Es la vis­i­bilidad de la tragedia, o de la comedia, es difícil de saber, que será el juicio final. Tragedia para unos, prometen los textos sagrados, comedia eterna para otros. Una comedia, a decir verdad, divina. Ahí está, esculpida en placas de piedra (piedras que a su vez fueron can­teadas en can­teras de lugares diversos, que fueron com­pradas por arte­sanos de talleres, y reen­viadas a sus lugares defin­i­tivos, donde los arqui­tectos habían proyectado que se exhi­bieran al público), escrito en piedra, como si fuera para siempre. Para el recuerdo cotidiano de quienes entran por el oeste a la iglesia, mientras la luz del sol, tal vez, ilumina el altar desde el este, el oriente –oriente y origen tienen la misma raíz léxica, son la misma palabra.

Y junto al recuerdo del juicio final, tantas otras his­torias, como las de Beowulf, otras mitologías, otras reli­giones ahora juntas con esta, que las fagocita y digiere con ded­i­cación. Las nar­ra­ciones son sol­i­darias las unas de las otras, y expresan, junto a la his­toria central inamovible, la sor­presa, la emoción, el dolor, los afectos, a través de los gestos y movimientos –ahora pet­ri­fi­cados– de aquellas per­sonas que murieron y ahora se ven obligadas a resucitar en cuerpo y alma para el juicio final. 

Un tímpano que no está aquí, sino allá lejos en Camboya. En este relieve, tras la batalla de Kurik­shetra que inaugura el kaliyuga o la era de la destrucción, Vishnu, encima de su avatar, la tortuga Kurma, da órdenes a los asuras y a los devas que, usando la ser­piente Vasuki, batan el océano de leche (Khsir Sagar), para man­tener el cómputo del tiempo. El prin­cipio y el final están en esa alianza entre demonios y dioses para man­tener el tiempo, man­tener el cal­en­dario, con­tinuar con una vida frágil, vulnerable.

Ayer u Hoy

Ayer se parece, de repente, al adven­imiento del hoy. ¿O es que hoy es ayer de nuevo? ¿es otra vez la con­ciencia de la frag­ilidad? ¿es otra vez la sen­sación de que el tiempo se acaba? ¿es la rara idea de que el modelo de exis­tencia que habíamos elegido no era tan sólido como pen­sábamos? El fin siempre estuvo cerca. Aquí mismo, al otro lado de nuestras deci­siones. Somos, todas y cada una, todos y cada uno, agentes de la his­toria. Nos toca elegir los sím­bolos, los recorda­torios, las respuestas a la pre­gunta “¿Cómo vivir bien?”, y ¿qué sig­nifica vivir bien? Las humanidades ofrecen respuestas a esta pre­gunta. Pero no una respuesta. Muchas, con­stan­te­mente. Y lo difícil es recordar cuál es la que nos importa, después de haberlo olvidado todo.

Gracias.