Sobre la amistad
By Jesús R. Velasco | Published on April 5, 2020
Escribo esto que viene a continuación no porque sea original, sino porque me produce cierto grado de tranquilidad, casi terapéutica. Mientras preparo estas clases, no puedo evitar pensar constantemente en el modo en que nuestro mundo ha cambiado desde que nos separamos para poder tomar nuestro merecido (pero interrumpido) descanso primaveral el pasado día 5 de marzo de 2020. Habíamos escuchado, medio en broma medio en serio, el Bal en fa dièse mineur de Angelo Branduardi. Nos habíamos despedido diciendo que qué lástima que ya no nos volveríamos a ver para esta clase. Nadie pensaba, realmente, ni siquiera yo, que tendríamos razón. Sólo una semana después empezaban las órdenes para quedarse en casa; las calles de muchas ciudades quedaban desiertas; la curva de personas ingresadas con COVID-19, algunas de ellas heridas de muerta, subía con crecimiento exponencial. Para rebajar el ascenso de esta curva, debíamos, voluntariamente, aceptar formas de auto-reclusión y confinamiento: los países, demostrando su voluntad de nación, cerraban las fronteras; las familias, demostrando su voluntad de protección del núcleo central de la sociedad, cerraban sus puertas. Este pasado es un pasado presente, está aún vibrando en este momento en que escribimos y leemos. Este pasado es también un pasado futuro: se proyecta hacia adelante más allá de nuestros miembros y de nuestros órganos de percepción, y se pierde en el territorio de lo indefinido. ¿Hasta cuándo?
Presencia y amistad
Escribo, pues, para rellenar este vacío. La educación es presencia. Excepcionalmente, para muchas personas, la educación es distancia, y la distancia ha sido esencial en ciertas maneras de democratización de la enseñanza. Para muchas personas que estudian al tiempo que trabajan, la posibilidad de estudiar en una institución a distancia –en el pasado por correspondencia, o por teléfono, ahora a través de medios electrónicos– ha sido una tabla de salvación. Pero para la inmensa mayoría de nosotros, desde los más jóvenes en las escuelas elementales, hasta los mayores en las universidades y escuelas graduadas (profesionales, de doctorado, etc.), la cercanía, la presencia, el trabajo en equipo de manera sincrónica ha sido cruciales.
Puede decirse que una de las razones por las cuales esta presencia es tan importante es quizá la que menos tiene que ver con la transmisión codificada del conocimiento. Es importante porque crea entre estudiantes formas de la solidaridad y vínculos de amistad.
Étienne de la Boétie, autor del Discurso sobre la servidumbre voluntaria, escribió, como sabemos, esta obra siendo poco más que un adolescente. Tal vez en el siglo 16 uno abandonaba la adolescencia más temprano, quién sabe. Étienne fue estudiante de derecho, luego juez, y murió joven, con 32 años, tal vez por complicaciones que tuvieron que ver con la tuberculosos, o tal vez con la peste. Su gran amigo y albacea intelectual, Michel de Montaigne, tres años más joven que él, murió también joven, en 1592 (había nacido en 1533), con 59 años, a causa de un absceso periamigdalino. Aparentemente, en el siglo 16 la gente se moría de amígdalas. Tal vez dentro de un par de siglos la humanidad (si queda) se asombre de que en el siglo 21 la gente se muriera de un coronavirus.
Étienne y Michel fueron amigos. Durante cinco años. No muchos, pero puede ser toda una vida. Michel de Montaigne le dedicó a su amigo muerto, de quien había heredado todos los archivos, y de quien había publicado su poesía, uno de sus ensayos, el 27 del libro primero, “Sur l’amitié” (Sobre la amistad). Esta amistad, dice Michel, era una amistad fraterna: dos personas que se encuentran siendo ya adultas y deciden elegirse el uno al otro como hermanos.
La admiración de Michel
Cuando Michel de Montaigne escribe sobre su amigo, está ya preparando una edición de la única obra no poética de Étienne de la Boétie, el Discurso. Michel retrasa la fecha de composición, y en lugar de señalar que Étienne tenía 18 años al escribirla, corrige a mano y pone en el manuscrito correspondiente “dieciséis” (seise, en el francés del siglo 16). Al principio del tratado sobre la amistad dice que esta obra ha sido ya difundida, y que ha recibido un título mejor que el que le había dado Étienne; en efecto, los editores de la época llaman a este tratado Le Contr’un, o el “Contra uno”, una manera de señalar el enfrentamiento a un poder único, individual, de uno sobre todos los demás. Dice Michel (lo reproduzco en francés moderno y lo traduzco de inmediato):
“C’est un traité auquel il donna le nom de Discours de la servitude volontaire; mais ceux qui ignoraient ce nom-là l’ont depuis, et judicieusement, appelé Le Contre Un. Il l’écrivit comme un essai, dans sa prime jeunesse, en l’honneur de la liberté et contre les tyrans. Il circule depuis longtemps dans les mains de gens cultivés, et y est à juste titre l’objet d’une grande estime, car il est généreux, et aussi parfait qu’il est possible. Il s’en faut pourtant de beaucoup que ce soit le meilleur qu’il aurait pu écrire : si à l’âge plus avancé qu’il avait quand je le connus, il avait formé un dessein du même genre que le mien, et mis par écrit ses idées, nous pourrions lire aujourd’hui beaucoup de choses précieuses, et qui nous feraient approcher de près ce qui fait la gloire de l’antiquité. Car notamment, en ce qui concerne les dons naturels, je ne connais personne qui lui soit comparable.”
(Es un tratado al que tituló Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Sin embargo, aquellos que desconocían este título, le han ido dando, muy juiciosamente, el título de Contra uno. Lo escribió como un ensayo, durante su florida juventud, en honor de la libertad y contra los tiranos. Desde entonces, ha circulado en manos de gente cultura, y ha sido muy justamente estimado, pues es un texto generoso y tan perfecto como es posible serlo. Es dudoso, sin embargo, pensar que esto haya sido lo mejor que él hubiera podido escribir: si a más avanzada edad, cuando yo lo conocí, hubiera imaginado una forma de escritura semejante a la que estoy creando aquí, y hubiera puesto sus ideas por escrito, hoy estaríamos en disposición de leer cosas muy valiosas, que nos aproximarían a la gloria de la antigüedad. Pues, en lo que toca al talento natural, no conozco a nadie que le fuera comparable.)
Al final del pequeño ensayo sobre la amistad, Michel escribe lo siguiente:
“Mais écoutons un peu ce garçon de seize ans.
Parce que j’ai trouvé que cet ouvrage a été depuis mis sur le devant de la scène, et à des fins détestables, par ceux qui cherchent à troubler et changer l’état de notre ordre politique, sans même se demander s’ils vont l’améliorer, et qu’ils l’ont mêlé à des écrits de leur propre farine, j’ai renoncé à le placer ici. Et afin que la mémoire de l’auteur n’en soit pas altérée auprès de ceux qui n’ont pu connaître de près ses opinions et ses actes, je les informe que c’est dans son adolescence qu’il traita ce sujet, simplement comme une sorte d’exercice, comme un sujet ordinaire et ressassé mille fois dans les livres.
Je ne doute pas un instant qu’il ait cru ce qu’il a écrit, car il était assez scrupuleux pour ne pas mentir, même en s’amusant. Et je sais aussi que s’il avait eu à choisir, il eût préféré être né à Venise qu’à Sarlat, et avec quelque raison. Mais une autre maxime était souverainement empreinte en son âme : c’était d’obéir et de se soumettre très scrupuleusement aux lois sous lesquelles il était né. Il n’y eut jamais meilleur citoyen, ni plus soucieux de la tranquillité de son pays, ni plus ennemi des agitations et des innovations de son temps : il aurait plutôt employé ses capacités à les éteindre qu’à leur fournir de quoi les exciter davantage. Son esprit avait été formé sur le patron d’autres siècles que celui-ci.”
(Pero escuchemos un poco a este muchacho de dieciséis años. Dado que me parece que este tratado sobre la Servidumbre voluntaria ha sido colocado en primer plano con fines detestables por todos los que aspiran a enturbiar y a cambiar el estado de nuestro orden político sin preguntarse siquiera si pueden mejorarlo, mezclándolo con otros textos que llevan el agua a su molino, he decidido no publicarlo aquí. A fin de que la memoria de su autor no quede alterada frente a aquellos que no pudieron conocer de primera mano sus opiniones ni sus acciones, quiero informarles a todos que cuando trató de este asunto era un adolescente, y que trató de este tema simplemente como un ejercicio, como un tema común y que ha sido tratado mil veces en otros tantos libros. No dudo ni por un instante de que haya creído lo que escribió, pues era una persona escrupulosa en todo e incapaz de mentir, incluso para bromear. Sé que, si hubiera podido elegir, habría preferido nacer en Venecia antes que en Sarlat, y no le faltaba razón. Pero tenía también otra máxima bien impresa en su alma: la de obedecer y someterse escrupulosamente a las leyes bajo las cuales había nacido. Nunca ha habido mejor ciudadano, ni más atento a la tranquilidad de su país, ni más enemigo de las agitaciones o las innovaciones de su época: habría empleado todas sus capacidades más bien a acabar con ellas que a atizar su fuego. Su espíritu se había formado siguiendo el patrón de siglos muy distintos al que nos toca vivir.)
La admiración de Michel se encuentra en una enorme disyuntiva. Por un lado, no puede dejar de leer y sentir la potencia política del tratado de su amigo muerto. Por otro lado, no puede soportar que este tratado esté en manos de grupos de poder que, según Michel, nada tienen que ver con el propósito de la obra de Étienne. Lo que él ha visto es que quienes se están apropiando de la obra y difundiéndola en colecciones y antologías de textos, son también reformistas que, en su mayor parte de carácter Calvinista, han colocado a Étienne y a su tratado en primera línea de su propia causa. Michel indica aquí que la causa de Étienne no es la de estos otros. Y va más lejos: renuncia aquí a publicar el tratado sobre la servidumbre voluntaria (para que no lo identifiquen con esas otras causas políticas), señala la ortodoxia política de su amigo (miembro de una familia acomodada implicada en la política regional, y juez él mismo), e incluso indica que el propio texto no debe ser interpretado más que como un ejercicio retórico de un muchacho de dieciséis años. En su lugar, Michel añadirá unas pocas líneas más abajo, leamos la poesía de Étienne de la Boétie.
Servidumbre voluntaria
Michel publicó la poesía de su amigo, pero nunca publicó el Discurso. Él tenía el manuscrito original, de puño y letra de Étienne, pero no lo llevó a la imprenta. Permitió que se hicieran copias, una de las cuales es la que se suele utilizar en las ediciones contemporáneas.
Quizá lo hizo por proteger la memoria de su amigo y que no se le confundiera con momentos de respuesta política, teológico política, con los que Michel sabía que su amigo no habría podido sentirse identificado. Quizá lo hizo por protegerse a sí mismo. Quién sabe. Intentó incluso desactivar, sin mentir demasiado, el texto de su amigo: un ejercicio retórico de adolescencia que, sin embargo, ha sido reescrito mil veces en la historia de la literatura política. En su lugar, publicó la poesía. Pensó que si algo no podía ser transformado eran esos sentimientos, la ventana al alma de su amigo.
Pero subrayó, eso sí, la existencia del tratado. Lo separó de sus usos oportunistas. Y permitió que tuviera su propia historia, corriendo, eso sí, manuscrito.