Román Ramírez
By Yelsy Hernández Zamora | Published on March 31, 2020
Documents
- Sentencia de Román
- Hegyi, Motifs
- Memoria y fama
- Martínez Blasco, Teatro e Inquisición
- Martín Del Río, Magia Demoníaca (inglés)
- Martín Del Río, Magia demoníaca (español)
- Ruiz de Alarcón, Quien mal anda en mal acaba
Keywords
Share
Acusado de haber hecho un pacto con el demonio, Román fue procesado por la Inquisición, pero murió en la cárcel antes de que finalizara su juicio. Al año siguiente, en 1600, los reyes Felipe III y Margarita de Austria asistieron al gran auto de fe en Toledo donde los huesos de Román y su efigie fueron entregados a las llamas. Fue este el único auto de fe al que el monarca asistió en su vida.
Entre los materiales que leeremos se encuentra la sentencia inquisitorial de Román, preservada en el Archivo Diocesano de Cuenca y traducida recientemente al inglés por Patrick J. O’Banion. Sin embargo, el caso de Román alcanzó fama sobre todo a partir de la versión del teólogo Martín del Río y de la obra teatral del destacado dramaturgo del Siglo de Oro Juan Ruiz de Alarcón, Quien mal anda en mal acaba. Cada texto ofrece una imagen particular del morisco de Deza, privilegiando unos rasgos de su persona por encima de otros. Leerlos nos permitirá reflexionar sobre por qué Román era un ente potencialmente problemático en la España de finales del siglo XVI. Su caso está matizado por las problemáticas raciales y políticas asociadas a la expulsión de los moriscos; por la necesidad de homogeneización de todo proyecto imperial, donde la diferencia atenta contra la estabilidad del poder.
El caso de Román Ramírez según Martín del Río
El texto de Martín del Río que nos ocupa forma parte de uno de los tratados sobre magia y superstición más notables de los siglos XVI y XVII. Disquisitiones magicae (o Disquisitionum magicarum libri sex; en castellano, Disquisiciones mágicas en seis libros) fue publicado en latín por primera vez en Lovaina entre 1599 y 1600, en la imprenta de Gerardus Rivius. Del Río, nació en Amberes en 1551 de una familia castellano-aragonesa y se educó en Derecho y Teología en distinguidas universidades europeas, entre ellas Lovaina, Salamanca y París. Miembro de la Compañía de Jesús desde 1580, Del Río halló renombre en su trabajo como profesor universitario y exégeta, pero, sobre todo, por este voluminoso tratado, el cual fue reimpreso y traducido en varias ocasiones a lo largo de los dos siglos siguientes. En él, compendia y discute varias cuestiones relativas a la magia y las prácticas consideradas supersticiosas en su tiempo, basándose en textos de las Sagradas Escrituras, los Padres de la Iglesia, filósofos de la antigüedad y tratados sobre demonología y magia que antecedían a su libro. Del Río demuestra, entre otras cosas, la existencia de la magia negra producto de la alianza con los demonios, cuya influencia nefasta en la vida cotidiana y la perdición del alma era una verdad indiscutible. No obstante, la voluntad del hombre podía revertir cualquier efecto demoníaco sobre el comportamiento personal: del mismo modo que estaba en manos del hombre el pecar, también lo estaba el arrepentirse.
Del Río realizó numerosas adiciones a ediciones posteriores hasta su muerte en 1608, pero su enciclopédico volumen continuó siendo objeto de múltiples reimpresiones y traducciones a lo largo de los dos siglos siguientes. Una de estas tempranas adiciones es la referencia al morisco Román Ramírez. Podemos presumir que la historia de Román llegó a ser conocida por Del Río a partir de la notoriedad de su auto de fe. El autor la incluyó en la segunda edición de su tratado (impresa en Maguncia en 1600 por Ioannis Albini), aclarando que se trataba de una traducción personal al latín de la sentencia original en español, aunque en realidad se tomó ciertas libertades a la hora de trasladar el texto. Como quiera que sea, el jesuita contribuyó a una mayor divulgación de la historia del morisco.
Del Río inserta las particularidades del caso de Román en el libro II de las Disquisiciones mágicas, al discutir la cuestión 24, referida al poder del demonio sobre el alma mientras esta se encuentra unida al cuerpo, así como sobre los sentidos. La historia de Román funciona aquí como una historia ejemplar de la que es necesario aprender para detectar y corregir con eficacia actitudes heréticas, ya que las acciones de Román son una consecuencia de su pacto con el demonio. Si nos fijamos en las razones para sospechar de la influencia demoníaca que Del Río ofrece en la cuestión 5 (página 78 de la versión en inglés), nos damos cuenta de que el caso del morisco se ajusta perfectamente a varias de ellas. En primer lugar, podemos observar que la prodigiosa capacidad de memorización de Román no se corresponde —para desgracia nuestra— con la que ostentamos la mayoría de las personas. Sorprende aún más cuando se nos informa que el morisco, al parecer, no sabía leer ni escribir. ¿Cómo explicar entonces su habilidad para recordar al pie de la letra tantas historias sagradas y caballerescas? Al ir más allá de lo que se considera natural, la habilidad de Román no puede ser atribuida (¡obviamente!) sino a una causa sobrenatural opuesta a los designios de Dios y de los ángeles: un demonio familiar, es decir, heredado de un antepasado. En segundo lugar, Román conoce secretos imposibles, emplea cartas, círculos y signos extraños para solucionar problemas de sus coterráneos. También utiliza hierbas y fórmulas supersticiosas para curar con éxito enfermedades —y ya el maestro Ciruelo nos enseñaba a desconfiar de semejantes remedios—. Por último, Román observa ciertos ritos particulares de carácter herético: aquellos establecidos por la religión islámica. En este punto, el morisco de Deza es calificado por Del Río de hereje “relapso,” de “hez humana” en cuya naturaleza yace volver a caer en el “vómito” de sus creencias anteriores (páginas 414–415 de la versión en español; fex y vomitum en el original en latín). El lenguaje empleado por Del Río pone de manifiesto el racismo inherente tanto a los mecanismos de poder establecidos por la práctica inquisitorial como a la literatura anti-supersticiosa, la cual, como en este caso, ofrecía argumentos para la persecución religiosa.
Entonces, ¿qué luz ofrece la perspectiva de Martín del Río sobre el caso de Román Ramírez? ¿De qué manera podemos interpretar la presencia del morisco en las páginas del teólogo jesuita?
Curiosamente, Del Río deja fuera de su transcripción varios pasajes importantes de la acusación contra Román, entre ellos, su deseo de que los turcos invadieran España con una gran armada para acabar con la religión católica, o las propias explicaciones del morisco acerca de su habilidad para recordar historias y la ayuda del demonio Liarde. Si bien el primer punto nos guía hacia las dimensiones políticas de su caso (¿explicaría esto la asistencia de los reyes al auto de fe en Toledo?), el segundo apunta hacia la necesidad de preguntarnos sobre los motivos que subyacen tras su confesión.
Una posibilidad más consiste en pensar la historia de Román en términos de su diferencia. Al fin y al cabo, es el hecho de ser “diferente” lo que convierte a Román en enemigo de la paz pública y de la fe cristiana. Diferencia de origen (que se visibilizaba probablemente en su aspecto físico); diferencia de creencias religiosas y de costumbres; diferencia en su enfoque poco ortodoxo ante la práctica médica, a partir de conocimientos tradicionales y no de aquellos validados desde las cátedras universitarias y la teología; diferencia en sus habilidades intelectuales, que escapan a la mayoría… ¿Cómo lidiar con esa diferencia? La “demonización” es, en contextos marcados por la intolerancia, la ignorancia y la falta de empatía, una manera común de enfrentar la diversidad, de explicar la existencia de individualidades que se escapan de la norma. La percepción de la diferencia como algo potencialmente peligroso y subversivo hace entonces necesaria su erradicación, ya sea mediante un proceso violento de ajuste al paradigma establecido, o, en caso de resultar imposible, su extirpación del cuerpo social.