Iván es incapaz de escribir dos versos. Cualquier persona que haya intentado escribir un verso se habrá dado cuenta de la inmensa difi­cultad de la tarea. Escribir un verso es establecer un ritmo. Escribir dos versos es con­tinuar ese ritmo, entender cómo fun­ciona la música poética que se desea poner en marcha. Pero Iván tiene al menos una idea. Tiene todo un plan para un poema.

Pero ¿por qué un poema? ¿por qué esta nar­ración sobre el Gran Inquisidor sería insu­fi­ciente? ¿Qué es lo que tiene el poema que una nov­elita en prosa no pudiera ofrecer? ¿No basta este capítulo?

Dos anéc­dotas a este capítulo.

  1. Primera anécdota, más impor­tante que la segunda: Los Her­manos Kara­mazov es una novela por entregas. Se publicó en la revista lit­eraria semanal Ру́сский ве́стник (El Men­sajero Ruso), donde también se pub­li­caron otras novelas, también por entregas, de algunos de los más cono­cidos autores rusos, incluyendo por supuesto a Dos­toyevski, Leskov, Tolstoi o Tur­gueniev. Este capítulo, así pues, con­stituyó una de las entregas sem­anales.  Las lec­toras y los lec­tores estu­vieron esperando una semana hasta que llegara este capítulo, y luego tuvieron que esperar otra semana más hasta que llegara el sigu­iente. Leyeron la novela, al tempo de un capítulo por semana, entre enero de 1879 y noviembre de 1880, casi dos años. Dos­toyevski murió poco después de ter­minar la pub­li­cación serial. Las primeras edi­ciones de la obra com­pleta vinieron mucho después.
  2. Segunda anécdota, per­fec­ta­mente pre­scindible: La primera vez que leí Los Her­manos Kara­mazov, la empecé en un viaje en tren. Fue en el mes de mayo del año 1991, y el tren iba de Val­ladolid a París-Austerlitz. Era el Talgo Miguel de Unamuno. El viaje duraba doce horas, así que, más o menos sin retrasos, abordé a las 7 de la tarde, y a las 7 de la mañana estaba en la estación de Austerlitz, en París. Como sabía que no iba a dormir, me pareció que era una buena ocasión para leer esta novela. Pero cuando llegué a la lectura de este capítulo, apenas podía creerme lo que estaba leyendo, y lo leí hasta cinco veces seguidas, y me dio la luz del alba todavía pen­sando en este texto. Luego tardé como otro mes en leer la novela entera.

Lo anterior, pues, es en parte anecdótico, y en parte no lo es. Por supuesto que el hecho de que alguien haya leído la novela en un tren es una anécdota sin impor­tancia. Pero el hecho de que la novela haya sido pub­licada en fascículos, a lo largo de muchas semanas, en una revista que con­tiene otros capí­tulos de otras novelas, eso dice mucho acerca de los modos de lectura, de las éticas de lectura, y de los pro­cesos, o al menos los tiempos, de pen­samiento entre una entrega y la sigu­iente. Recordemos que en los años en que Dos­toyevski publica su novela por entregas no existe la radio, ni la tele­visión, ni cosa seme­jante, sino que los medios de comu­ni­cación de masas son, o bien los ser­mones (en el interior de las iglesias, por ejemplo), o bien los medios escritos. La novela una de las formas en que se mantiene la atención de una parte impor­tante de la esfera pública a lo largo de un extenso período de tiempo. Como otras novelas de Dos­toyevski que también se pub­li­caron por entregas, como Crimen y CastigoLos Her­manos Kara­mazov es una novela que va direc­ta­mente a analizar una sociedad, sus debates políticos y el papel que la religión juega en el interior de esta sociedad y sus debates.

El plan para un poema sobre el Gran Inquisidor ¿tiene que ver especí­fi­ca­mente con Sevilla o con la Inquisición española? Posi­ble­mente no. Tiene que ver con un diálogo entre la his­toria (lo que la gente más o menos culta que lee esta novela sabe o imagina sobre la Inquisición española) y el pre­sente de la Rusia de fines del siglo 19.

Cuando Dos­toyevski empieza a pub­licar su novela, es uno de los int­elec­tuales más famosos del mundo, y hace más de veinte años que ha sido lib­erado de la cárcel de Siberia en la que ha pasado cuatro años recluido, con gril­letes y con­denado a tra­bajos forzados. Pero al mismo tiempo, no ha dejado de escribir al respecto de la cuestión de la crim­i­nalidad, la delación, lo que está per­mitido y lo que no lo está. 

El gran enigma de “El Gran Inquisidor” es, sin duda, “¿qué es lo que está per­mitido, si con­sid­eramos que dios no existe?” Iván dice que si dios no existiera, todo estaría per­mitido, y eso explica la relación entre el estado y la iglesia, o, en otras pal­abras, la coalición de poder teológico-política. En una lectura de Dos­toyevski, el filósofo esloveno Slavoj Žižek, señala que la tesis está equiv­ocada: si dios no existiera, nada estaría per­mitido, porque no exi­s­tiría una cod­i­fi­cación específica sobre lo que es per­misible o no. La coalición teológico-política es la que permite esa cod­i­fi­cación, que da poder a los estados –o a los poderes juris­dic­cionales– de establecer lo que sí está per­mitido, excluyendo todo lo demás como no permisible.

Pero “El Gran Inquisidor” es sobre todo un nido de pre­guntas. La primera de todas ellas es ¿por qué hacer un poema con este tema? Una pre­gunta muy sen­cilla, pero para la que no encuentro respuesta sat­is­fac­toria. ¿Qué otras pre­guntas se os ocurren?