Jaume Aurell ha escrito un libro mag­nífico que puede leerse de varias maneras difer­entes. De hecho, el uni­verso de lec­tores es extra­or­di­nar­i­a­mente amplio, y esa es una de las grandes vir­tudes de este libro. Aurell tomó la difícil decisión de entrar a fondo dentro de la escritura de la his­toria en la Cataluña medieval en un libro escrito en inglés y pub­licado en una prensa uni­ver­si­taria amer­icana ‑una de las más pres­ti­giosas, con una colección de temas ibéricos bril­lante­mente dirigida por Randy Petilos. La con­ver­sación que Aurell quiere establecer queda deter­minada por esta decisión: desea unir su voz a una bib­li­ografía en la que han destacado los tra­bajos de Bisson o, más recien­te­mente, Adam Kosto. Pero además Authoring the Past no sólo se suma a una con­ver­sación, sino que pre­tende ampliarla y en cierto sentido cam­biarla. Aurell vuelve a poner sobre la mesa de trabajo los mate­riales fun­da­men­tales de que se nutrió la escritura de la his­toria en Cataluña entre los siglos XIIXIV, es decir todo el período crucial en el que se reclama la inde­pen­dencia de Cataluña con respecto al imperio, y se produce la expansión por el Mediter­ráneo ‑desde, así pues, la Gesta Comitum Bar­ci­nonensium hasta el Llibre de Pedro IV el Ceremonioso.

El libro ‑decía- puede leerse de varias maneras. Y en cierto modo, el haber elegido la con­ver­sación y el idioma que Aurell ha elegido, ha condi­cionado también la forma de escribir este libro. Aurell nece­sitaba crear en su público un conocimiento muy específico sobre una tradición his­to­ri­ográfica que nor­mal­mente está ausente (salvo escasos e ilustres ejemplos) tanto de las aulas de las uni­ver­si­dades amer­i­canas como de las revistas espe­cial­izadas y, en general, el mundo académico. Por eso, Aurell decidió dividir el libro en dos partes casi exac­ta­mente iguales, à la page près.

La primera parte es una con­cienzuda revisión de cada uno de los textos que con­sti­tuyen su corpus, en que asigna, pues, un capítulo a cada una de las obras que se propone analizar. En estos cinco capí­tulos pre­senta la genealogía, los prob­lemas de inscripción, la relación entre la obra y sus con­textos, el carácter político de la escritura, y en general todo lo nece­sario para entender la creación ‑y aquí es crucial tener en cuenta que a Aurell le interesa sobre todo la autoría de estas obras, su “proceso de inscripción” (5)- de los sigu­ientes títulos: Gesta Comitum Bar­ci­nonensium, Llibre dels Feyts de Jaume I, la Crònica de Bernat Desclot, la Crònica de Ramon Muntaner y el Llibre de Pedro IV el Cer­e­mo­nioso. Esta primera parte es en sí misma uti­lizable como una revisión crítica de la impor­tancia de esta tradición his­to­ri­ográfica catalana dentro de las grandes cues­tiones teóricas que interesan a los medieval­istas tanto como a los teóricos de la his­toria ‑es decir, qué es lo que con­stituye una obra histórica, cómo se trans­forman los con­textos en los que éstas se incor­poran, cuáles son las rela­ciones entre los hechos históricos y el uni­verso de fuentes y de recursos de escritura (retóricos, por ejemplo, o poéticos) que se ponen en juego en el interior de cada uno de los textos. Y, en par­ticular, cuáles son los prob­lemas teóricos que afectan muy especí­fi­ca­mente a la com­bi­nación entre escritura histórica y escritura auto­bi­ográfica, y cuál es la relación que mantiene con la teorización política.

Todas estas cues­tiones gen­erales pero, como dije, fruto de una con­cienzuda revisión crítica, son puestas en juego en la segunda parte del libro, que a lo largo de sus cinco capí­tulos se va planteando impor­tantes cues­tiones cuyo impacto teórico ha de ser más amplio. Los capí­tulos ya no abordan las obras en con­creto, sino que cada uno de ellos elabora su encuesta teórica en con­ver­sación con los cinco textos. El capítulo 6 (primero de la segunda parte) aborda la cuestión de cómo se trans­forman los géneros his­to­ri­ográ­ficos, y cómo se produce su dis­tribución com­ple­men­taria con respecto a lo que él con­sidera géneros lit­er­arios, que en cambio vuelven a com­parecer en momentos en que el dis­curso histórico queda más sumergido. El capítulo 7 se centra en el modo en que la auto­bi­ografía se encuentra con la escritura histórica y cómo, entonces, la propia auto­bi­ografía cambia los pactos de escritura y lectura de la his­toria (aunque, insisto, Aurell ha decidido no meterse en cues­tiones sobre recepción de estas obras). El capítulo 8 se dedica en par­ticular a la estricta relación lógica y genealógica que el autor mantiene con la escritura e inscripción de la obra. El capítulo 9 analiza el problema específico del encuentro entre his­toria y ficción en la escritura de la his­toria. El capítulo décimo y último, tit­ulado, “La emer­gencia del realismo político” se introduce dentro de una de las cues­tiones que más han interesado a estu­diosos de la his­toria y de la lit­er­atura catalana (y penin­sular, en general), que es la relación entre escritura de la his­toria y formas del realismo o del verismo, que Aurell, orig­i­nal­mente, inter­preta en tér­minos de teorización política.

Una tesis que recorre la totalidad del libro es la necesidad de centrar la inves­ti­gación en los autores, en la medida en que éstos se encuentran en una coyuntura fun­da­mental entre los hechos que narra la obra en cuestión y el proceso de inscripción de la obra. Esta cen­tralidad es la que jus­tifica pre­cisa­mente el hecho de que el pacto auto­bi­ográfico (la expresión es de Philippe Lejeune, a quien Aurell cita sólo en una ocasión) forme también parte del pacto político que con­stituye la obra en su totalidad. Ahora bien, para que todo esto pueda tener lugar, es preciso que este autor ponga en fun­cionamiento no sola­mente una cierta vol­untad de contar una his­toria hecha de hechos ver­daderos, sino también toda una serie de recursos que Aurell denomina a veces fic­ticios, a veces lit­er­arios, a veces poéticos, etc. Si hay algo central en el libro de Aurell es pre­cisa­mente la necesidad que siente de explicar la pulsión y la propia teoría his­to­ri­ográfica en tanto que un pacto per­ma­nente ‑un pacto político- entre his­toria o verdad y ficción, poesía, lit­er­atura, etc. Con objeto de poder llevar esto a efecto, el propio Aurell se sirve de un com­plejo teórico y metodológico en que la inves­ti­gación histórica más tradi­cional se ve con­tra­pun­teada por metodologías que tienen tradi­cional­mente más que ver con los estudios lit­er­arios o con el conocimiento poético ‑e incluso, con la poesía como epis­te­mología. La bib­li­ografía que Aurell pone en movimiento no deja lugar a dudas, y jun­ta­mente con la bib­li­ografía histórica rel­ativa a Cataluña y a sus cro­nistas, Aurell también entra en dis­cusión con Hayden White, con Monica Otter, o, nat­u­ral­mente, con medieval­istas como David Hult o Gabrielle Spiegel que han puesto en cuestión, desde per­spec­tivas históricas o lit­er­arias, la cuestión sobre la muerte o per­vivencia del autor y su apli­cación a la cultura medieval.

Este com­plejo de tesis merece una reflexión, tal vez una sug­erencia. En la argu­mentación de Aurell, los con­ceptos rel­a­tivos a la ficción, la fic­cionalidad, los recursos lit­er­arios, la licencia poética, y otras nociones seme­jantes, se usan de una manera intu­itiva en su mayor parte. El uso ha lex­i­cal­izado casi todas estas nociones, y les ha despro­visto de una gran parte de la dis­cusión int­electual que han gen­erado a lo largo de los siglos. Aurell hace un esfuerzo impor­tante por definir impor­tantes con­ceptos en su obra, pero, quizá sor­pren­den­te­mente, no parece estar interesado en dedicar espacio a esta his­toria con­ceptual de la ficción. En su argu­mentación, la ficción está al otro lado de la “verdad” o de la “his­toria”, y aunque la escritura histórica se nutre de la ficción, en la tesis de Aurell, lo hace, sin embargo, como si fuera algo externo, como si perteneciera a una tradición diferente o a una man­i­festación sep­arada de la escritura de la his­toria, a la que se denomina épica, o poesía, o incluso, a veces, autobiografía.

La his­toria int­electual del con­cepto de ficción,sin embargo, merece una atención especial, puesto que, de otro modo, el argu­mento puede quedar muy debil­itado. La dis­cusión, por otro lado, es tan antigua como se pueda imaginar, y sin duda no es total­mente impre­scindible establecer una genealogía com­pleta. Pero quizá habría sido útil pre­gun­tarse por el estatuto del con­cepto de ficción en el período al que se dedica la obra de Aurell. De haber hecho esto, quizá se habría encon­trado con dis­cu­siones como la que se hace en el ámbito del ius commune y de sus comen­taristas. Gra­ciano, por ejemplo, elabora fic­tiones que forman parte de su manera de con­cordar unos cánones con otros. En el derecho civil, como demostrara Yan Thomas en algunos tra­bajos fun­da­men­tales (sólo men­cionaré uno, Thomas, Y. “Les Arti­fices De La Vérité En Droit Commun Médiéval.” L’Homme , no. 3 (2005): 113–130), existe un cierto operador lingüístico que es crucial para la heurística y para la her­menéutica jurídica, operador al que los juristas medievales llaman “fictio legis”, y que no sólo se man­i­fiesta en latín, sino también en las lenguas ibéricas ‑a través, por ejemplo, de las Par­tidas y sus ver­siones catalanas- o en el provenzal de Lo Codi. La fictio legis y los casos nar­ra­tivos uti­lizados por Gra­ciano en el Decretum son modelos para los grandes comen­tarios jurídicos del siglo XIV, que, en las obras de Bartolo de Sas­so­ferrato o Baldo de Ubaldis, vuelven a definir la fictio, dándole, además, una extensión mayor que la del operador lingüístico del “como si” en que se fun­da­mentó la primera forma de fictio. La relación entre derecho y escritura de la his­toria es tan grande, que es difícil pensar en “fic­ciones” sin pensar en el modo en que los dis­cursos jurídicos orga­nizan su capacidad cre­ativa de nuevas regulaciones.

La fictio, sin embargo, igual que no es propiedad exclusiva de la lit­er­atura o de la poesía, tampoco es propiedad exclusiva del derecho. La poesía y el derecho son sola­mente dos de las “dis­ci­plinas” que se interesan en la teorización de la fictio. Quizá a partir de san Agustín (De Men­dacio, por ejemplo, o De Doc­trina Chris­tiana), o a partir de Gra­ciano, también la teología se interesa por los ele­mentos que con­sti­tuyen la ficción y el lenguaje fig­urado. No hace falta sumer­girse en el com­plejo exegético estu­diado por el car­denal Henri de Lubac a fines de los años cin­cuenta y prin­cipios de los sesenta (L’exégèse médiévale. Les quatre sens de l’Écriture, París: Aubier, 1959–1961), pero sí, quizá, men­cionar la dis­cusión al respecto que hace Tomás de Aquino al prin­cipio de la Summa, en especial 1.9–10, en donde Tomás discute no sólo el uso de lenguajes poéticos en el interior de la ciencia, sino también las maneras en que se puede someter a inter­pretación. Es cierto que Aurell prometió dedi­carse a la inscripción de la obra, a ese momento autorial priv­i­le­giado, pero puede obje­tarse ‑o cuando menos sugerirse- que los autores de los que habla son letrados, con una clara for­mación que al menos es sus­cep­tible de rela­cionarse con este tipo de conocimiento y dis­cusión que les es contemporánea.

No es sino en esa misma época, también, que se pone en dis­cusión la posi­bilidad de extender la exé­gesis bíblica y sus téc­nicas a otras dis­ci­plinas. En parte, la respon­s­abilidad es de Boc­caccio en la Genealogia Deorum, libros 14 y 15, pero no es sino un eslabón en una larga cadena de trans­for­ma­ciones de la escritura que ponen en crisis nuestras con­cep­ciones intu­itivas y dec­i­monónicas sobre la sep­a­ración de los géneros del escrito ‑o incluso lit­er­arios. En cualquier caso, esta manera de escritura des­en­cadenó todo un modelo de auto­co­men­tario en Francia y en la Península Ibérica, en que se establece una teorización mar­ginal ‑es decir, en glosas- entre lo que es “verdad” y lo que es “ficción” en el ámbito de la propia poesía (Pierre Bersuire, Christine de Pizan, Juan de Mena, Joan d’Avinyó, son sólo algunos de los muchos ejemplos). Dicho de otro modo, es difícil no teorizar el con­cepto mismo de ficción incluso cuando la escritura poética o lit­eraria se siente en la necesidad de explicar hasta dónde llega la ficción y cuál es su relación con el con­cepto de verdad.

Como se ve, mi reflexión lleva a for­mular una pre­gunta crítica al libro de Aurell: ¿cuáles son las razones por las que renunció a enfrentarse a las teoriza­ciones medievales sobre la ficción? ¿Cómo habrían cam­biado ‑tal vez incluso for­t­alecido, pero en todo caso profundizado- su argu­mento? ¿Por qué ‑más en general- los con­ceptos his­to­ri­ográ­ficos parecen requerir de una teorización específica, pero en cambio quedan fuera con­ceptos como el de ficción que, sin embargo, están siendo dis­putados por difer­entes dis­ci­plinas, siempre desde una posición int­elec­tual­mente com­pleja, y extra­or­di­nar­i­a­mente sutil?

Esto también afecta a algunas de las deci­siones de Aurell a la hora de elegir los autores con los que discute para con­struir su argu­mento. Una de las dis­cu­siones más intere­santes sobre la escritura de la his­toria, y en par­ticular de la auto­bi­ografía, en conexión con la ficción es la de Jean-Claude Schmitt en La Con­version d’Hermann le Juif (París, Seuil, 2003). Aurell men­ciona este libro una sola vez (157), para tratar de un detalle pequeño acerca de la auto­bi­ografía. Pero mi impresión es que Aurell habría hallado mucho más soporte para su argu­mento si hubiera dis­cutido en pro­fun­didad las ideas de Schmitt, en par­ticular la cuestión sobre la imposi­bilidad de establecer total­mente una dico­tomía históri­ca­mente pro­ductiva entre his­toria y ficción (Schmitt aborda esta cuestión en las páginas 25–61 de su libro). Aunque Aurell men­ciona también en una ocasión a Hayden White (167–168), lo hace para hablar del con­cepto de emplotment, pero no para desar­rollar prob­lemas en los que White tiene real­mente algo que decir en relación con las ideas de Aurell: la tropología de la his­toria, por ejemplo, y el modo en que se incorpora a la misma algo a lo que (y uno de los capí­tulos de Aurell tiene res­o­nancias con este título) White llama “figural realism” (Hayden White, Tropics of Dis­course, Bal­timore y Londres: The Johns Hopkins Uni­versity Press, 1978; Hayden White, Figural Realism. Sudies in the Mimesis Effect, Bal­timore y Londres: The Johns Hopkins Uni­versity Press, 1999).

No es impor­tante, a la larga, que no discuta a estos autores, pero en mi opinión sí lo es que deje de hacer una inves­ti­gación fun­da­mental de cierto sistema con­ceptual de la Edad Media, todo el que tiene que ver con los campos semán­ticos e ide­ológicos de la ficción, y lo sustituya por una serie de nociones intu­itivas sobre un sistema con­ceptual que hizo der­ramar mucha tinta en varias dis­ci­plinas del uni­verso int­electual de la Edad Media. Esto es casi más una sug­erencia que una crítica, con objeto de invitar también a los his­to­ri­adores a fijarse más en cómo se dis­cutieron los con­ceptos sobre la fictio en la Edad Media.

Otra crítica algo más dura merece, en cambio, la edi­torial. La pésima decisión de no ofrecer una lista bib­li­ográfica. Las notas al final, sobre ser suma­mente incó­modas (como buenas notas al final), amon­tonan las ref­er­encias com­pletas, lo que hace muy difícil iden­ti­ficar un item bib­li­ográfico com­pleto ‑o lo hace penoso, como cuando en la página 298 se nos dice que la obra citada de Monika Otter forma parte de un volumen colectivo editado por Nancy Partner que, puesto que se ha uti­lizado antes (234), no se men­ciona aquí por extenso, lo que obliga a emprender una nueva búsqueda. El índice de nombres suaviza lev­e­mente el problema, pero no lo elimina.

Aparte de esta pequeña sug­erencia, el libro es ahora mismo, un trabajo indis­pensable, y desde luego lo recomendaré no sólo a colegas, sino también a estu­di­antes dentro y fuera de las aulas.