El texto que sug­e­rimos para la lectura es el cor­re­spon­diente a Casiodoro de Reina, pos­te­ri­or­mente revisada por Cipriano de Valera. Se publicó por primera vez en la llamada Biblia del Oso. Se llama así porque en la portada de la primera edición de 1569, hecha en Basilea por Thomas Guarinus, se ve una imagen con un oso alcan­zando un panal de miel de lo alto de un roble –véase la imagen aquí adjunta. El oso tomando la miel del panal es la marca de impresor, o firma de impresor de Samuel Api­arius –es decir, Samuel el de las abejas, Biener en alemán– que sin duda par­ticipó en la creación e impresión de esta biblia

Casiodoro de Reina fue un monje de la orden de los Jerónimos con­vertido al protes­tantismo. Cipriano de Valera, por su parte, algo más joven que Casiodoro de Reina, también ingresó en la orden de los Jerónimos, y también se con­virtió en una de las voces más impor­tantes del protes­tantismo español. La Biblia del Oso es, en su totalidad, una biblia clara­mente protes­tante, que incluye no sola­mente los libros de la biblia católica, sino también algunos de los lla­mados deute­ro­canónicos

Un detalle filológico

Este texto llega al final de nuestro camino, y no es cronológi­ca­mente el más antiguo. Hemos leído algunos textos más antiguos, como el Gorgias de Platón, o el Libro de Daniel. Pero el Apoc­alipsis ocupa un lugar destacado en la his­toria de las nar­ra­ciones del fin del mundo pre­cisa­mente porque es una rev­elación. En un doble plano. Por un lado, es la rev­elación recibida por Juan de boca del ángel, que a su vez transmite la voz de Cristo:

La rev­elación de Jesu­cristo, que Dios le dió, para man­i­festar á sus siervos las cosas que deben suceder presto; y la declaró, enviándo la por su ángel á Juan su siervo…”

Cipriano de Valera optó por tra­ducir la palabra en griego Apoc­alipsis, que en cambio la biblia latina, la llamada Vulgata, atribuida a San Jerónimo, había mantenido:

Apoc­a­lypsis Iesu Christi quam dedit illi Deus palam facere servis suis quae oportet fieri cito et sig­nifi­cavit mittens per angelum suum servo suo Iohanni…”

Para com­paración, la King James de 1611 también toma la deter­mi­nación de quitarse de encima la palabra griega:

The Reue­lation of Iesus Christ, which God gaue vnto him, to shewe vnto his seruants things which must shortly come to passe; and he sent and sig­nified it by his Angel vnto his seruant Iohn…”

Igual­mente, la primera versión de la biblia en Alemán, la llamada Biblia de Lutero de 1545 no sola­mente elimina la palabra griega, sino que además también evita toda ref­er­encia a una palabra latina (rev­elación es de origen latino), y busca en su lugar una forma estric­ta­mente ger­mánica (Offen­barung):

Dies ist die Offen­barung Jesu Christi, die ihm Gott gegeben hat, seinen Knechten zu zeigen, was in der Kürze geschehen soll; und er hat sie gedeutet und gesandt durch seinen Engel zu seinem Knecht Johannes…”

Todas estas deci­siones de tra­ducción son impor­tantes. Man­tener la palabra griega es tanto como crear un con­cepto, una especie de neol­o­gismo que sim­ple­mente mira hacia sí mismo, que no permite casi una inter­pretación basada en la tra­ducción o en la exe­gesis semántica: Apoc­alipsis sig­nifica Apoc­alipsis, y su ver­dadero sig­nificado es lo que viene a con­tin­uación en todos aquellos capí­tulos que narran el fin del mundo a través de un sistema nar­rativo bien equi­li­brado sobre el cómputo septe­nario, y que da lugar al juicio final. Rev­elación, en cambio, como Reue­lation indica no solo quitar la cobertura a algo, sino también que eso no procede del sujeto que habla, sino que le ha sido comu­nicado, le ha sido dicho de manera específica y única, a través de un sistema de comu­ni­cación al que sólo él y sólo en ese momento, ha tenido acceso. Offen­barung elimina de la ecuación la idea de la com­bi­nación entre la divinidad y un hombre, y pone de man­i­fiesto la idea de apertura, de desnudar algo que los ojos cor­po­rales no pueden ver si no se retira su recubrim­iento. Cada decisión de tra­ducción, en cualquier lengua, con­stituye una tesis sobre el carácter de lo que se va a leer. Y hay que recordar que el cris­tianismo, al con­trario que el resto de las reli­giones del libro, se fun­da­menta en la traducción.

El orden del final

El final está marcado por el orden. El equi­librio de siete iglesias, siete trompetas, siete sellos que se abren para revelar lo que con­tiene el libro de las cosas ocultas. Es un ritual. De cada uno de los primeros cuatro sellos surge uno de los jinetes del Apoc­alipsis; del quinto sello surge el clamor de los justos; la apertura del sexto sello provoca un ter­remoto, la oscuridad del sol y la luna con­vertida en sangre; también entonces caen las estrellas del cielo, y el cielo se abre como si fuera un libro encuadernado, y se anuncia el día de la ira; el sexto sello indica las marcas de los sal­vados, los numera, los pesa. Y final­mente se abre el séptimo sello: de este surge media hora de silencio en todo el cielo.

Es entonces cuando se les da a siete ángeles sendas trompetas.

Juan debe escribirlo todo, pero también hay un momento en que ha de dejar de escribir: las voces de los siete truenos, esas debe pasarlas en silencio. Antes de la última trompeta, el libro, ya lib­erado de sus sellos, debe ser ingerido por Juan, le será amargo en el vientre, pero dulce en la boca. A partir de ese momento, Juan, dotado del libro en su cuerpo y una caña en la mano, puede pro­fe­tizar, puede ver y decir lo que ve.

Quizá el momento más impor­tante es el capítulo 13, en el que com­parece la mujer vestida de sol y con los dolores del parto. Ella ha de ser la que luche con la bestia.

a partir de aquí…

…abandono mi comen­tario. Pero os paso la batuta para que lo con­tinuéis, en pal­abras, en graba­ciones, en pin­turas, en fotografía, en reflex­iones acerca del momento que estamos viviendo.