El ver­dadero miedo de las autori­dades inquisi­to­riales es que Miguel de la Flor es una persona de extremada inteligencia, tanto para las letras como para las ciencias rel­a­tivas al com­ercio. Eso quizá sería menos impor­tante para los inquisidores de no darse una serie de cir­cun­stancias que se inter­sectan: Miguel es mulato, de madre angoleña, es esclavo, y posi­ble­mente es el fruto de una vio­lación. Podríamos sumar muchas otras cir­cun­stancias. Pero lo que cuenta aquí es que su vida no le pertenece en dos aspectos difer­entes: primero porque su cuerpo puede ser vendido y com­prado, segundo porque toda su biografía va a ser puesta a dis­posición de las autori­dades públicas por sus propios amigos, por las mismas per­sonas que lo conocen desde hace tiempo y que, ahora, lo con­sideran dispensable.