En cierto sentido, empiezo a leer este libro por el final. Por el placer que el lector exper­i­menta al sumer­girse en la intensa relación entre un texto casi sabido de memoria, por haberlo estu­diado en el canon lit­erario desde tem­prana Edad —las per­sonas edu­cadas en el sistema de enseñanza español saben a qué me refiero—, un texto escandido mil veces, sílabas con­tadas con los dedos, cultismos cat­a­lo­gados una y mil veces, ref­er­encias históricas des­menuzadas como si con­den­saran todos los libros de his­toria; y, por otro, la marea de lec­turas mar­ginales con las que múltiples comen­ta­dores, incluyendo al propio Juan de Mena, con­struyeron la con­stelación dis­cursiva que lla­mamos Laberinto de Fortuna o Las Tre­scientas, a lo largo de decenios de trabajo dis­con­tinuo y fragmentario.

Lo que Juan Casas Rigall ha con­seguido es, pre­cisa­mente, poner orden en el uni­verso glosador que surge a partir del Laberinto durante los primeros años de vida de este texto fun­da­mental, al que suce­sivos comen­taristas, incluyendo al Comen­dador Griego o al mismo Bro­cense, lle­garon a con­vertir en el par­a­digma poético y filosófico del humanismo vernáculo del siglo XV.

Empiezo el libro por el final, porque me interesa leer el resultado. Es un resultado textual, for­mal­mente logocén­trico, y eso incomoda la lectura. Lo único sobre lo que el editor (Casas Rigall) prob­a­ble­mente no ha tenido control ha sido lo que sin embargo para muchos estu­diosos de los man­u­scritos glosados con­stituye un centro de gravedad fun­da­mental, que es la mate­ri­alidad del objeto libro como arte­facto epis­te­mológico, como montaje de texto y glosas que con­tribuyen a la creación de dicho par­a­digma. Incluso los impre­sores del siglo XVI del Laberinto con sus glosas hicieron una ver­dadera obra de arte­sanía para poder incor­porar las glosas en los már­genes, para que desde ahí ejercieran su pres­encia y su par­ticular forma de vig­i­lancia —como los ojos de Argos, según la metáfora verbal y material de Pedro de Avis al con­struir su conocida Satira de Infelice e Felice Vida.

Es una solución incómoda no sólo porque rompe con la dinámica grav­i­ta­toria de las glosas y el texto, sino también porque se quiebra asimismo otra dinámica fun­da­mental en la con­strucción del espacio de pen­samiento que es el libro glosado. Mientras que los man­u­scritos siempre se pre­ocupan por establecer las líneas de lla­madas y respuestas entre el texto y las glosas, a través de colores, sub­rayados u otros signos, la rep­re­sentación de esta edición propende a una lectura lineal, y no frag­mentada, no inter­rumpida, de varios man­u­scritos que pre­cisa­mente se obstinan por exigir de sus lec­tores viajes con­stantes de las pupilas de un lado a otro de la página. ¿Y qué de los man­u­scritos que, como PN7 (BNF, Ms Esp 229), pre­sentan varias manos, varias plumas y tintas, diver­sidad de voces, al fin, sobre la faz de la página, y que indud­able­mente marcan alteraciones en la forma de la lectura y en la com­prensión del texto, estable­ciendo jer­ar­quías o cronologías, en la lectura y autor­ización de las glosas? La pre­sentación del texto tal y como aparece en esta edición no permite acceder a este tipo de conocimiento, sino a través de una serie de pro­cesos de abstracción que quizá diluyan la impor­tancia del objeto libro man­u­scrito con glosas —para una colección de man­u­scritos que pre­sentan hasta cuatro impag­i­na­ciones diferentes.

Hasta aquí llegan mis críticas, y, como dije, no le com­peten, creo yo —o no en exclusiva— al autor de esta edición. Por supuesto, no siempre ha sido así en la colección Textos Recu­perados que Pedro Cátedra puso en marcha hace como treinta años —y recordemos que Cátedra ha sido, y es, uno de los ren­o­vadores, si no inven­tores, de la His­toria del Libro. Quizá la mejor demostración sea la edición de Las Siete Edades del Mundo de Pablo de Santa María por Juan Carlos Conde, un libro de formato mayor, en la misma serie de Textos Recu­perados, que pre­senta un texto grá­fi­ca­mente más satisfactorio.

Empezar por el final, sin embargo, tiene también sus ven­tajas. No sólo la lectura de texto y glosas, cuyo estudio de con­tenido queda por hacer (no era este el propósito del editor), sino también la lectura del aparato crítico, que culmina la ver­dadera con­tribución de esta edición de Juan Casas Rigall, y que no es otra que el mag­nífico trabajo de arte­sanía que culmina en los stemmata y en el aparato crítico de las glosas tem­pranas al Laberinto de Fortuna, al tiempo que somete a crítica y a cor­rección las tesis de quienes le pre­cedieron en la tarea de estudio de estos y otros aparatos de glosas al Laberinto.

Lo más impor­tante es que la obra de arte crítica y genética de Juan Casas Rigall nos permite, al mismo tiempo, com­prender el com­plejo proceso de con­strucción de los man­u­scritos con glosas al Laberinto, y entender la pequeña industria lit­eraria que, en forma de redes de copistas, a veces en con­tacto los unos con los otros, y en oca­siones teniendo como punto de ref­er­encia comen­tarios del propio Juan de Mena (o tal vez, indi­ca­ciones sobre cómo elaborar comen­tarios, dónde hac­erlos, en qué tér­minos hac­erlos), se organiza como labor intus en torno al Laberinto.

El trabajo de edición de Casas Rigall empieza con la por­menorizada descripción de los man­u­scritos que con­tienen los lla­mados comen­tarios tem­pranos, en el capítulo “Tradición Textual” (pp.17–52). Es en este capítulo en el que no sólo se halla la descripción, sino el modo en que dichas descrip­ciones van exigiendo pre­guntas cada vez más especí­ficas, como por ejemplo las inter­rela­ciones entre man­u­scritos especí­ficos de la tradición. En efecto las páginas 33–39 se dedican a establecer las rela­ciones entre cuatro de estos man­u­scritos (PN7, BC3, SV2ML2), que per­miten a Casas Rigall diseñar un primer stemma que indica una familia de comen­tarios X de la que penden dos ramas, una rep­re­sentada por uno de los man­u­scritos, y otra rama, α, que se des­dobla a su vez en dos ramas, SV2 y β, de la cual final­mente penden BC3PN7. Este stemma es crucial porque sirve como base para la revisión de otros man­u­scritos más “extraños” o espe­ciales, como NH5MM1 (este último con glosas mucho más extensas). El examen detallado de estos man­u­scritos permite a Casas Rigal per­fec­cionar su stemma inicial, para finalizar con una familia X, del que penden X1 y el man­u­scrito MM1. Lo impor­tante es, pues, la dis­tinción entre X1 y dicho man­u­scrito, ya que el la rama de X1 es la que da lugar al resto de la tradición man­u­scrita, a través de un árbol genealógico más com­ple­ja­mente enramado. La belleza de la demostración será evi­dente para los espe­cial­istas en ecdótica, que percibirán el detalle con que Casas Rigall admin­istra el análisis de vari­antes, hasta el punto de entrar, en oca­siones, en la mente del copista, en el por qué o cómo se llegó a tal o cual variante, lle­gando incluso a pos­tular deslices mem­o­rís­ticos del copista (49).

Para los lec­tores no espe­cial­istas en ecdótica, este apartado es una gran lección rel­ativa al arte. Si alguien desea intro­ducir estudios de ecdótica en sus clases, este libro con­stituye una sofisticada her­ramienta. No sólo por la pre­cisión y la ele­gancia del editor, sino también porque este es capaz de marcar en todo momento la rel­e­vancia de su trabajo. En efecto, al dis­tinguir, frente a otros edi­tores, una ram­i­fi­cación que separa la familia X1 del man­u­scrito MM1, el editor es capaz de indicar algo nuevo acerca del fun­cionamiento de la industria lit­eraria gen­erada en torno al Laberinto: “en otros tes­ti­monios, un amanuense copia texto y glosa de un mismo antecedente, en MM1 el texto se toma de una tradición —a partir de un modelo inmediato sin escolios— y su glosa de otra tradición dis­tinta” (52).

El apartado ded­icado a la génesis de las glosas (“La tradición genética”, pp. 53–83) se dedica en especial a la cuestión central pos­tulada por Flo­rence Street en los años cin­cuenta del siglo pasado de la relación de estas glosas tem­pranas con un auto­co­men­tario de Juan de Mena, rep­re­sentado ahora por la rama a la que el editor llama X1 (cuyo codex melior es PN7). Casas Rigall somete a crítica este pos­tulado, no negándolo rotun­da­mente, sino indi­cando lo improbable de que este auto­co­men­tario hubiera sido llevado a término por el poeta cor­dobés (p. 66). La segunda cuestión sobre la tradición genética es el análisis de MM1 con respecto a X1, ya que se trata de “dos redac­ciones neta­mente difer­en­ciadas, breve y extensa respec­ti­va­mente” (67); con esta obser­vación, Casas Rigall se pre­gunta por cuál es la orig­i­naria: aunque se admite que MM1 es una “refundición ampli­ficada”, “desde el punto de vista teórico, cabe con­siderar la hipótesis con­traria: que X1 sea una abre­viación” (69). La con­clusión la pre­senta el editor en las sigu­ientes pal­abras: “En el origen de la tradición está un auto­co­men­tario del poema por Mena, que, en con­traste con la prosa de la Coro­nación, no pasaría de mero esbozo. En paridad, este primer estadio ya no se cor­re­sponde con el arquetipo X, que aportaba un plau­sible grado de refundición, según se desprende de las glosas comunes a X1 y a MM1. En X2 se acentuó lig­era­mente el proceso refundido. En la otra rama del dia­grama, el comen­tario de MM1, que tuvo al menos una redacción previa antes de copiarse en el Can­cionero de Bar­rantes, man­i­fiesta una refundición ampli­fi­cadora más marcada” (73).

A partir de ese momento, las pre­guntas de Casas Rigall son mucho más conc­retas, en con­creto la autoría de las glosas. Aunque creemos que esta sección es todavía breve, y el propio editor con­sidera que es precisa una inves­ti­gación a fondo en el asunto (en especial por lo que respecta al Can­cionero de Bar­rantes), las ideas de Casas Rigall nos llevan a com­prender con mucha más inten­sidad y detalle la for­mación de redes int­elec­tuales en torno a la pro­ducción poética y comen­tarística del siglo XV, tema que parece de la máxima importancia.

Los cuadros que acom­pañan la última sección del estudio (“La tradición comen­tarística”, pp. 85–114) son extra­or­di­nar­i­a­mente útiles no sólo para iden­ti­ficar las glosas y sus inter­pela­ciones, sino también para com­prender cómo fun­ciona el uso de las fuentes, la con­sti­tución mismas de los comen­tarios en el interior de los man­u­scritos, y, por ahí, de las redes de rela­ciones entre lec­tores, es decir, la for­mación de la fábrica cul­tural en la que se asienta toda esta industria de comentarios.

El texto (pero recordemos, empecé por el final), queda ante­cedido por las requeridas obser­va­ciones sobre la rep­re­sentación del texto crítico.

Hay pocas expe­ri­encias más her­mosas que leer un libro que ha sido escrito con ele­gancia y con pre­cisión a partes iguales. Este libro es una muestra car­ac­terística de esta forma de escritura. Recomendable para cursos a todos los niveles, y, desde luego, pieza central para quienes, como el autor de estas líneas, se interesan por las tradi­ciones de glosa y comen­tario y sus rep­re­senta­ciones man­u­scritas en el siglo XV.