Tras escuchar el audio que el Pro­fesor Velasco nos com­partió, no pude evitar quedarme pen­sando en la idea del “fin del mundo en nuestras manos”. Hay muchas formas dis­tintas, y a la vez rev­e­ladoras, en las que podemos pensar acerca de este con­cepto. Se me ocurren las siguientes.

Una bien literal: en el marco de la pan­demia COVID-19, se nos pre­senta un esce­nario de fin de mundo que se encuentra lit­eral­mente en nuestras manos. En lo que tocamos. Tanto la propa­gación del virus, como el res­guardo de él, está “en nuestras manos” (que, dicho sea de paso, debemos lavar fre­cuente­mente). Esto, que pare­cería una coin­ci­dencia irrel­e­vante, con­stituye una metáfora intere­sante para pensar en otras dos dimen­siones de este esce­nario de fin de mundo que atravesamos.

El primero de estos sen­tidos alegóricos refiere a la respon­s­abilidad que nos cabe en este tipo de esce­narios: el fin del mundo está en nuestras manos, depende nosotros. Pensemos, por ejemplo, en la dis­cusión acerca del cambio climático y las acciones de mit­i­gación que el movimiento Extinction Rebellion y la encíclica papal Laudato Si pro­mueven. O aquello con lo que Greta Thunberg nos interpela: ¡Está en nuestras manos! Debemos hacer algo para evitar que la situación de fin pronos­ticada no acon­tezca, o al menos para mit­i­garla. Algo similar ocurre en la pan­demia de COVID-19: la propa­gación del virus depende inte­gral­mente de la respon­s­abilidad con la que actúe cada une de nosotres.

El segundo sentido, se refiere a la idea del fin del mundo como algo ordi­nario. Es algo cotidiano, algo que vivimos fre­cuente­mente, “que está en nuestras manos”. Y es aquí donde, tengo la impresión, que nosotres podemos tener una visión algo diferente acerca de todo lo que está ocurriendo.

Para muchas per­sonas, la crisis actual rep­re­senta una idea de fin muy novedosa y angus­tiante. Se pre­senta, a sus ojos, como un esce­nario de excep­cionalidad. Gracias a buena parte de las dis­cu­siones que hemos man­tenido durante el semestre, nosotres podemos tener una visión dis­tinta. Indud­able­mente, lo que acontece es y seguirá siendo angus­tiante y también sor­pren­dente. No será, sin embargo, excep­cional. O, al menos, no tendrá la misma excep­cionalidad a nue­stros ojos que a los ojos de esas otras personas.

A lo largo del curso, nos hemos encon­trado con numerosas situa­ciones de fin de mundo. Sabemos hoy que el fin está en todas partes. Así como también el comienzo. Algunos fines tienen una escala brutal y una estética apoc­alíptica, mientras que otros son más sutiles y cotid­ianos. Pero todos ellos son esce­narios de fin. Y, tal como hemos visto en el curso, la idea de con­tinuidad (que, even­tual­mente, ter­minará cuando llegue el gran final) se ve jaqueada por la con­tinua sucesión de fines y prin­cipios en dis­tintos ámbitos. Desde esta per­spectiva, el fin del mundo no es un estadio excep­cional, sino que está al alcance de la mano. Es algo cotidiano.

Desde ya, esto no supone de ningún modo negar la gravedad de los esce­narios de fin de mundo, y en par­ticular de esta pan­demia (sobre la cual, en lo per­sonal, estoy muy pre­ocupado). Por el con­trario, sugiere con­tinuar reflex­io­nando desde un ángulo dis­tinto acerca del final. El cual, paradóji­ca­mente, está en nuestras manos.