Hay varias edi­ciones de los Signos de Berceo. La que figura en el vínculo rel­ativo a este artículo es la que hizo Michel Garcia (pro­fesor de la Uni­ver­sidad de Paris III, Sor­bonne Nou­velle, que también fue mi director de tesis en París) en el año 1992. Está basada en la copia de Diego Meco­laeta. En otro de los vín­culos se puede leer el texto de los Signos en relación con sus fuentes de inspiración, y acom­pañado de una estructura que facilita el estudio de la obra.

Quizá lo más impor­tante para nosotros de esta obra de Berceo es que está escrita en castellano, en una época en la que la mayor parte de las obras de este tipo se escribía en latín. Según dice Berceo, lo que va a escribir está basado en un tratado de san Jerónimo; esta afir­mación es equívoca, porque en realidad esa idea existe en la obra que es la ver­dadera fuente de Berceo, en la que el autor dice en latín “Per­legens Jeronimus libros Hebreorum”, es decir, “Jerónimo, inves­ti­gando entre los libros escritos en hebreo.” En suma: Berceo escribe en castellano, dice tra­ducir a Jerónimo, pero en realidad está tra­duciendo otro texto que, a su vez, dice (también de manera inexacta) que está leyendo y tra­duciendo a Jerónimo. Un lío. Pero es un lío com­pren­sible: Berceo no tiene intención de engañar a su audi­torio, sino de sim­pli­ficar la cosa y decir a su audi­encia: lo que vais a oír viene acred­itado por el nombre y la autoría de una de las per­sonas más impor­tantes dentro de la his­toria del cris­tianismo, el tra­ductor de la Biblia y teólogo Jerónimo de Estridón, o san Jerónimo (foto del mismo con su fiel león retratado por Leonardo da Vinci en la imagen adjunta). En otras pal­abras, Berceo quiere que se sepa que lo que va a decir es el fruto de una inves­ti­gación min­u­ciosa, en la que la cadena de “peer review” más o menos ha fun­cionado bien, y que parte, en todo caso, del texto hebreo de la Biblia. 

Eso quiere decir también que lo que va a contar ahora no está en relación con el Apoc­alipsis de san Juan, o, dicho de otro modo, no es parte del Nuevo Tes­ta­mento cris­tiano, sino que forma parte de los aparatos proféticos con­tenidos en la Biblia Hebrea, con­sid­erada por los cris­tianos el Antiguo Tes­ta­mento –y que, por su parte, pre­figura o anuncia el Nuevo Testamento.

¿Son estos signos de los que va a hablar una especie de mero reg­istro profético? No exac­ta­mente: lo que está pro­fe­tizado sucederá, pero eso no quiere decir que no podamos hacer nada para el resultado del juicio final sea mejor indi­vidual y colectivamente:

  • Por esso lo escripso el varón acordado,
  • que se tema el Pueblo, que anda desvïado,
  • mejore en cos­tumnes, faga a Dios pagado,
  • que non sea de Christo estonz desem­parado.” (estrofa 4)

Analizad, sobre todo, los versos de las estrofas 71–77. Allí está el sig­nificado del juicio en sí mismo, y la necesidad de autoanálisis, de auto-examen, que con­ducirá, acaso, a evitar los cas­tigos o las penal­i­dades de una exis­tencia en la que pre­cisa­mente faltó el auto-examen. Por supuesto, la de Berceo es una per­spectiva cris­tiana, una forma muy específica del auto examen, de dar cuenta de sí mismo, pero es también la de alguien que habla como con­tem­poráneo a sus con­tem­poráneas y con­tem­poráneos, y que pone ante sus ojos signos, sím­bolos, sín­tomas que no sola­mente forman parte del imag­i­nario mental, sino también del imag­i­nario arqui­tec­tónico, pic­tórico, escultórico, como demostró Thomas Capuano en uno de los estudios más impor­tantes sobre el tema (pdf adjunto).

La obra de Berceo no está muy estu­diada. La bib­li­ografía no es extensa, y en cierto sentido es muy detallista, pero merece la pena prestarle atención y hacerse la pre­gunta: ¿qué es lo que mere­cería la pena saber acerca de esta obra?